Juan Escauriaza

Desde luego que hay artistas cuya obra produce una fascinación especial a primera vista. Con independencia de gustos, modas y preferencias, la sensación de hallarse ante algo grande, de una pintura soberbia según los cánones ancestrales del arte de todos los tiempos, es algo compartido por todos aquéllos que la contemplan, ya sean eruditos avezados o neófitos en esto.  

Juan Escauriaza (Madrid 1961) pertenece a ese selecto grupo de creadores de talento incuestionable.  Cualquiera de sus cuadros, colgado en cualquier entorno, ya sea de concepción clásica, por puro contraste, o de definición moderna, por pura sintonía, despierta admiración y sorpresa. Es la magia de lo bien hecho, el valor de lo auténtico.  

Escauriaza vive y tiene su estudio en Madrid rodeado de toda la música que ama. Y esa música, americana en su gran mayoría, se le cuela en cada cuadro que pinta, porque es principalmente en Estados Unidos donde encuentra su inspiración. La luz y el color y el sonido de esas tierras, los espacios urbanos, las construcciones, los detalles, los autos, el brillo, la idea americana del diseño, todo lo de allá es donde descubre la fuente de su creatividad acá.

“Casi nadie aborda estos temas, esa estética que nos rodea es detectable en los elementos más comunes. Es algo que está muy presente en mis series americanas. Todo mi trabajo está relacionado con la ciudad y la forma en que incide la luz sobre un determinado objeto o detalle arquitectónico. El atardecer siempre es evidente. Cuando el sol está horizontal los colores cambian y todo adquiere un aspecto más tridimensional”.

En justa correspondencia, es en Estados Unidos donde se expone y comercializa la mayoría de sus obras. Su carrera tiene un antes y un después de 2012, cuando comienza a ser representado por la galería CK Contemporary de San Francisco. A partir de ese momento sube en reconocimiento y en apreciación para los coleccionistas. Actualmente es representado por dicha galería y Carver Hill Gallery en Maine. 

A menudo comparado con Edward Hopper, cuyas obras realistas representan los Estados Unidos de la posguerra, se le asocia con la escuela del fotorrealismo, movimiento de la década de 1960 que surgió en gran medida como respuesta al neoexpresionismo y minimalismo, cuya característica fue la transposición al lienzo de imágenes obtenidas con cámaras fotográficas.

Escauriaza refuta esta idea. “Mi trabajo está lejos de ser fotorrealista. De hecho, trato de escapar de ello. Mi objetivo no es reproducir con la mayor precisión posible. Considero la pintura como una herramienta al servicio de una idea, no como un fin en sí misma. Si miras de cerca mi obra verás que el proceso está ahí, las pinceladas, los defectos, las dudas”.

Se considera un artista figurativo, alguien que tiene el don de encontrar la belleza en las cosas ordinarias. “No busco lo banal ex profeso, simplemente aparece ante mí y ahí encuentro el misterio”.

Tras una veintena de exposiciones individuales realizadas, admite que ser artista no es tan divertido como parece. “Siempre estamos pensando en lo siguiente que vamos a hacer cuando todavía estamos en medio de algo”, explica. “Vivimos detrás de cuatro paredes y nunca estamos contentos, lo cual también es bueno. Es un proceso difícil. Pero luego ponemos nuestra firma, miramos la obra a través del espejo, todos los días la miramos y llega un momento en que nos sentimos relativamente satisfechos con el resultado, lo que termina siendo sumamente gratificante”.